El ingreso al Dámaso Centeno no fue nada fácil. Era tímida y estaba acomplejada con casi todo. Algunos de mis compañeros se aprovechaban de eso con la crueldad típica de la adolescencia.
Pero Juan Eduardo no. Era diferente, solidario, compañero.
Siempre sentí que era mi amigo. Alguien con quien podía compartir cosas, que me tenía en cuenta. Solía acercarse a conversar conmigo sobre bueyes perdidos y, lo más importante, se interesaba por mis cosas.
Cada cruce con él a la entrada o en el patio era una sensación agradable, me daba mucha paz y me ayudaba con mis padecimientos.
Recuerdo que en un picnic participamos de un juego de prendas y le tocó cumplir con una consigna, que consistía en cantarle Muchacha ojos de papel a una compañera y amiga que estaba sentada en la rama de un gran arbusto. Así lo hizo y nos reímos mucho.
Al egresar del Dámaso dejamos de vernos. La timidez había descendido y mantenía a mi grupo de amigas entrañables. Una de ellas cumplía años en junio de 1977 y fue allí cuando me transmitieron la noticia de que Juan “había muerto en un enfrentamiento”, es decir que la dictadura lo había asesinado.
También me enteré luego de la desaparición de Alejandro, otro compañero.
Trato de regresar con la mente a esos días y me cuesta recuperar detalles importantes. Tal vez sean mecanismos para tolerar la paradoja que un buen amigo y mi querido primo Marcelo hayan desaparecido el mismo mes con un año de diferencia.
Pero Juan Eduardo no. Era diferente, solidario, compañero.
Siempre sentí que era mi amigo. Alguien con quien podía compartir cosas, que me tenía en cuenta. Solía acercarse a conversar conmigo sobre bueyes perdidos y, lo más importante, se interesaba por mis cosas.
Cada cruce con él a la entrada o en el patio era una sensación agradable, me daba mucha paz y me ayudaba con mis padecimientos.
Recuerdo que en un picnic participamos de un juego de prendas y le tocó cumplir con una consigna, que consistía en cantarle Muchacha ojos de papel a una compañera y amiga que estaba sentada en la rama de un gran arbusto. Así lo hizo y nos reímos mucho.
Al egresar del Dámaso dejamos de vernos. La timidez había descendido y mantenía a mi grupo de amigas entrañables. Una de ellas cumplía años en junio de 1977 y fue allí cuando me transmitieron la noticia de que Juan “había muerto en un enfrentamiento”, es decir que la dictadura lo había asesinado.
También me enteré luego de la desaparición de Alejandro, otro compañero.
Trato de regresar con la mente a esos días y me cuesta recuperar detalles importantes. Tal vez sean mecanismos para tolerar la paradoja que un buen amigo y mi querido primo Marcelo hayan desaparecido el mismo mes con un año de diferencia.
Noemí Elias
Compañera de Juan Eduardo Estévez