Juan Eduardo Estévez

Pasaron muchos años, pero no puedo olvidar el sonido de su voz, y tampoco su mirada. Lo conocí estudiando periodismo en el Grafotécnico, y a los pocos meses nos pusimos de novios. Él tenía 18 años, yo 17.
Juan era un tipo dulce, solidario, sensible, inteligente.  Con sus cejas de "Manolito", con su mancha de nacimiento en una mano, que llamaba "el besito de la cigüeña", con su sobrenombre, "Juancho".  Decían que se parecía a Juan José Camero, un actor de moda en esa época,  pero en realidad para mi era mucho más bello. Era amigo de los amigos.  Gran militante de la agrupación  de trabajadores jaboneros, en Jabón Federal, que empezó a ser diezmada por la represión ya en noviembre de 1975.
Adoraba a sus dos hermanas, Marta y Mercedes.  Marta era una adolescente hermosísima, y lo enorgullecía caminar con ella por la calle. Mercedes era mucho menor que él, y la llamaba "pioja". Su preocupación en la clandestinidad era la seguridad de su familia. Ponerla en riesgo lo atormentaba. En junio de 1976 la patota había reventado el departamento de la calle Espinosa al 500, donde tomábamos café con dulce de leche y comíamos las milanesas de Mirta, su madre, desde donde íbamos a ver los segundos tiempos de los partidos en Ferro los fines de semana. También allanaron la casa de sus abuelos en Paso del Rey, donde habíamos pasado tantos días felices. Nunca más pudo volver a esos lugares que lo habían visto crecer. Se sostuvo esquivando el secuestro gracias a la solidaridad de quienes lo querían. Entre ellos, el Tano, de Capo, Pablito, Legui, el Negro José.  Pero el cerco de la represión se iba cerrando. La caída de María Luz lo golpeó como un rayo. Habían sido novios, y a mi ella me parecía la más bella, la más magnética de todas las chicas que conocíamos. 
Nos "casó"  un militante  apenas mayor que nosotros, Matías, José Pérez Rojo, en el barcito de una estación de servicio Nos habló de la familia revolucionaria. Intercambiamos alianzas de alpaca comprados en la calle Libertad, grabados con la fecha.
Llegamos a vivir juntos 15 días, en un departamentito con techo de chapa al fondo de un chalet de Villa Madero, en La Matanza. Siempre se las arregló para encontrar trabajo, a pesar de que lo buscaban y después de quedarse el dinero para nuestros gastos, pasaba el resto a los compañeros y compañeras que tenían que ocultarse aún más que él.
Nuestros días y noches estaban llenos de miedo y de muerte. Todos los días caía alguien... Juan era fuerte y valiente. Me consolaba en mis pérdidas y me tranquilizaba abrazándome.
Dejar de militar era inconcebible. Sentíamos que era traicionar a quienes se habían llevado.  Nuestros padres nos ofrecían sacarnos a Brasil o a Israel, pero nunca accedimos. No puedo dejar de pensar que si hubiéramos aceptado estaría vivo...
Hasta ahora no  pudo saberse lo que pasó con él. Seguramente lo mataron. No sabemos qué hicieron con su cuerpo, pero no pudieron eliminar su legado. 
Mi hijo mayor se llama Juan, y cuando a los 4 años le dije que lo había nombrado así en homenaje a mi novio, al que habían asesinado los militares por defender a los pobres, me contestó: "¡Gracias por mi nombre!".

Miriam Lewin
Novia de Juan Eduardo Estévez